De la "Reial Acadèmia de Medicina de Catalunya"
Galardonado con la "Creu Sant Jordi" 2008
Tras la pandemia por la Covid-19, y el fin de las necesarias, aunque engorrosas, medidas de aislamiento y protección para evitar su propagación, es muy probable que cambien los patrones de conducta social y económica, a que estábamos acostumbrados. Esta crisis se ha comparado con la crisis financiera del 2008, pero, al margen del empobrecimiento de la población, hay notables diferencias entre una y otra.
En el 2008 no había enfermos, ni fallecidos, ni pánico al contagio. En 2008 no sufrimos el shock emocional de ver morir a familiares y amigos, sin poderlos despedir. La población no se angustió por saber donde esconderse a fin evitar el contagio, la enfermedad y el posible fallecimiento, en ausencia de tratamiento eficaz. En 2008 la crisis fue a consecuencia de conductas empresariales y financieras de gran riesgo y poca ética. Tras la liberalidad en el control financiero por parte de las administraciones de los estados, abundaron las prácticas fraudulentas y delictivas, en las empresas y en las finanzas. Todos envueltos en la especulación y la fiebre del oro. Actualmente, en cambio, el coste emocional pagado significa un gran salto cualitativo en la percepción de la crisis y nos dota de empuje para ahondar las reformas de manera más amplia. A fin de cuentas en 2008 era solo cuestión de dinero. En el futuro nos va la vida.
Nos lamentamos por la fragilidad de los estados, de las administraciones, de los servicios públicos, y por la incapacidad de la Unión Europea para establecer sistemas de prevención y control, en el 2008 financieros, ahora sanitarios. Mientras una nube de funcionarios muy bien remunerados viaja por el mundo a costa del erario público. Nunca ha habido tantos empleados públicos y asesores con retribuciones millonarias.
La alternativa, ¿es crear algo nuevo, o al contrario romper lo que tenemos?. Ya hay quien predica lo último desde el populismo y la demagogia política. Aunque nos parezca poco y caro, cabe reconocer que la Unión Europea se construyó con mucho esfuerzo. Tras guerras muy mortíferas. Cabe reconocer también que Europa ha cambiado mucho, se vive mejor desde que existe la Unión. Romperlo ahora puede aparentar una opción más barata, pero en cuatro días nos conduciría al desastre. Romper la Unión Europea significa la vuelta a las naciones insolidarias, al egoísmo cortoplacista y miope, que volvería a hundirnos en conflictos, y abriría el paso al empobrecimiento y a posibles enfrentamientos entre países. La repercusión llegaría a afectar a todo el planeta. Las naciones pujantes barrerían a los demás.
La pandemia ha generado una crisis sanitaria que ha puesto de relieve también las insuficiencias generales de nuestro país, incluida la ambigua cohesión territorial. Con la administración pública hipertrofiada y compartimentada, en gobiernos, comunidades, diputados, parlamentos, competencias, Como si el proyecto de estado en que se confiaba, por su madurez y seguridad, no fuera más que un juego de abalorios. De abalorios caros.
Tras la pandemia, con el aumento del paro, el cierre de pequeñas empresas, la crisis industrial y económica, será obligado revisar las estructuras, las administraciones, los adornos y el coste. Europa sufrirá una grave crisis que obligará al ajuste de presupuestos, a socorrer la industria y habrá que definir nuevos objetivos económicos, que tengan en cuenta las necesidades de la población, aumentando los presupuestos sociales y al mismo tiempo reduciendo los gastos funcionales. Cuesta entender que, en la actualidad, se paguen retribuciones millonarias a los diputados europeos, como a otros altos cargos, además de dietas y prebendas, mientras los presupuestos sociales (educación, sanidad, atención social, pensiones, e investigación) se ajustan a la baja. Como también cuesta entender que aún haya grandes edificios de la Administración Pública o del ejército sin ningún uso desde hace muchos años. Quedaron varados como grandes monumentos al despilfarro.
Parece llegado el tiempo para que Europa cree y organice un sistema de financiación pública, que mutualice la deuda de los países, con bonos que a su vez sirvan también de refugio seguro para el ahorro privado, todo ello bajo el control de la Unión. Un sistema de ahorro e inversión, capaz de atraer capital, y al mismo tiempo facilitar crédito para el desarrollo industrial (tecnológico, sostenible) de los países de la Unión. A nadie escapa que un nuevo marco financiero, propio de la Unión facilitaría la instauración de las necesarias normas fiscales comunes para Europa, con lo que, además, se arraigaría la identidad europea.
Crear o romper, este es el dilema. En una reciente entrevista Joseph Stiglitz, Nobel de Economía, utilizaba esta disyuntiva para referirse al reto a que se enfrenta Europa, y por extensión el planeta. En Europa debemos crear con decisión las estructuras, los mecanismos y los hábitos que permitan una unión solidaria de las distintas naciones, con la necesaria cohesión fiscal y presupuestaria. Asumiendo el coste que sea. Sino fuéramos capaces de construirlo la alternativa seria el diluvio universal.
Una versión reducida de este texto se publicó en La Vanguardia el 20 de abril de 2020.